proc  La isla de Procida hay que verla –como Ischia, como Capri– desde arriba. Sus empinadas calles, por donde apenas cabe un coche, suben hasta los miradores panorámicos, donde hay que detenerse, más para el corazón que para la cámara fotográfica. En uno de estos promontorios está la abadía de San Miguel Arcángel, el patrón de la isla. La iglesia guarda, sin ánimo de ostentación, más bien de forma casi negligente, marinas de tormentas en el mar, óleos de antiguos Papas, ex votos de feligreses agradecidos, relicarios, cruces y candelabros de plata. Aquí, el que no hace vino fabrica el “limoncello” o es marinero de nacimiento. Algunos hay que son las tres cosas. Los habitantes de la isla se enorgullecen de albergar la que es la Escuela Naval más antigua de Europa, de donde salen la mayoría de los capitanes de barco que navegan por el mundo.

La culpa de todo fue del cine. La culpa de que Procida –la isla más pequeña de las tres que embellecen la bahía de Nápoles- perdiera parte de su tranquilidad la tuvo una película: “El cartero y Pablo Neruda“, el filme que Máximo Troisi rodó aquí en 1994. Luego vendrían otras. Desde entonces, el turismo en la isla aumentó paulatina, pero inexorablemente. Desde Nápoles se llega en 30 minutos (al igual que para ir a Ischia o a Capri, los transbordadores salen del muelle Beverello, en pleno paseo marítimo napolitano). La llegada a la pequeña isla (4,1 kilómetros cuadrados y 10.440 habitantes) ya impresiona: las casas descienden de la montaña hacia el mar, escalonadas.

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