seg  La isla está situada frente al cabo Campanella, que cierra el golfo de Nápoles por el sur, y es visible desde los acantilados de Sorrento. Tiene sólo 17 kilómetros de perímetro, repletos de calas, grutas, playas y puertos deportivos. La joya turística más preciada es la Gruta Azul, situada al noroeste de la isla. Y dos pueblos: Capri y Anacapri. En sus acantilados aparecen formaciones calcáreas que le dan un aspecto un tanto primitivo y en las colinas apenas hay pinos (en el interior, las mismas parras de vid, los mismos limoneros, los mismos olivos, las mismas buganvillas que en Procida o Ischia). Capri es una inmensa montaña y la única manera de ver bien la isla es desde las cumbres, hasta donde suben pequeñas camionetas y motocarros-taxi para llegar a Anacapri. Aquí están parte de los hoteles y comercios y un caminito a la sombra de las acacias por entre villas particulares y tiendas de ropa, perfumes, licores y recuerdos y alguna que otra terraza que mira a un mar de un azul intenso.

 

Es el paseo de axel munthe, al final del cual se encuentra la casa-museo del famoso escritor y humanista, autor de “La Historia de San Michel“. Y aquí es precisamente donde uno se da cuenta de que Capri tiene sentido desde esta casa; desde sus maravillosos jardines, cuidados con auténtico mimo, paseando por entre esculturas y fuentes. La casa-museo, hoy residencia del cónsul sueco en la isla, representa uno de esos lugares que, para determinadas personas, resultaría el enclave perfecto donde pasar el resto de una vida, sin desear ni necesitar ningún otro paisaje. Ahora, tal vez lo más imperfecto son los grandes cruceros que quedan abajo, fondeados delante del puerto, que en cierta forma afean el panorama.

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